El dictum de Nietzsche de que no existen hechos, sino solo interpretaciones es ya lo único que vende. Se desvanece así el único asidero sobre el que construir la argumentación. No es posible discutir sobre algo cuando se niegan los datos fácticos a partir de los cuales construimos nuestras opiniones, aunque luego estas se vean influenciadas por valores, emociones, intereses. Sin ese asidero, una realidad objetiva mínimamente consensuada, todo se abre a una sistemática manipulación y distorsión del mundo. Como decía H. Arendt, “la libertad de opinión es una farsa a menos que garantice la información factual”.
El lugar donde se está produciendo la hoy polarización política es el espacio público regulado por los medios de comunicación y las redes sociales. Ahí es donde resuenan, por tomar prestada una expresión de Hobbes, las “trompetas de guerra y sedición”. La lucha política, como acabamos de decir, ha devenido en una batalla diaria donde las armas han sido suplidas por las palabras. Pero palabras —y sigo con Hobbes— “que ya no tienen el significado que es el natural suyo, sino otro que proviene de la naturaleza, disposición e interés de quien habla”.
EL PAÍS. Martes 13 de diciembre de 2016