“En abril de 2007, este pequeño Estado de poco más de dos millones de habitantes -Estonia- decidió <desafiar> a la vecina Rusia, de la que se había independizado 16 años atrás. Iba a retirar un último vestigio soviético, una estatua de dos metros de altura de un soldado del Ejército Rojo. El encontes ministro de Defensa, Jaak Aaviksoo, recibió inmediatamente una advertencia del Kremlin: <Este gesto, si se produce, tendrá consecuencias desastrosas para el pueblo estonio>.
“El ministro se preparó para responder a eventuales lanzamientos de misiles o ataques aéreos por parte de la antigua patria. En cambio, resuelta alguna que otra protesta de la minoría rusa, no pasó nada. Unos días después, Aaviksoo se dio cuenta de que su ordenador hacía cosas raras: no podía conectarse a la intranet del sistema gubernamental. Llamó al responsable de tecnología del Gobierno y supo lo que estaba sucediendo: <Todos los servidores gubernamentales se han caído. Y también bancos, periódicos, medios de comunicación: no funciona nada>. Estonia se enfrentaba al primer ciberataque organizado contra toda una nación, que fue bautizado con el nombre de Primera Guerra Informática Mundial (Web War One). Los ataques se sucedieron durante tres semanas: eran altamente sofisticados y a gran escala”.
XL Semanal, 23 de noviembre de 2014