Durante los últimos años se ha hablado mucho de crisis de la representación política y este fenómeno tiene mucho que ver con el debilitamiento de los procedimientos estadísticos y los modelos predictivos que hacían inteligible el comportamiento social. No nos sentimos bien representados porque cada vez menos gente obedece a una sola lógica, pero también porque no queremos ser entendidos ni gobernados así. Hay en esta resistencia hacia las categorías generales una explícita o implícita reivindicación de la singularidad. En última instancia, la desconfianza de los individuos hacia políticos, periodistas, sindicalistas o expertos obedece al rechazo a ser engullido en clasificaciones previamente definidas. Lo más que uno puede aceptar es que le consideren como parte de “la gente”, y de ahí el éxito de esta categoría tan leve, en la que es más fácil reconocerse que en otros términos más enfáticos.
EL PAÍS. Sábado 29 de octubre de 2016