En ese contexto, Finkielkraut encuentra la presencia de un «neoprogresismo muy duro y brutal que está agravado por el antirracismo». «Se acusa de racista», añade, «a quien trata de reflexionar sobre el choque de culturas. Uno aparece como reaccionario y racista si, ante la magnitud de ese choque, sostiene que lo urgente no es transformar el mundo, sino mantener y transmitir lo esencial de la civilización». Una conclusión de lo anterior es que la izquierda no ha perdido la hegemonía cultural, como alguien pudiera pensar.
«El terrorismo es el aspecto paroxístico de algo más profundo, que es una secesión cultural y territorial», añadió Finkielkraut. «Hay gente que se descuelga de la nación francesa». Él, por su parte, en su trayectoria intelectual, ha tenido dos reconciliaciones importantes: una, con la democracia, tras haber creído en la lucha de clases; algo en lo que la situación de los países de Europa del Este le ayudó a abrir los ojos. Pero más allá de la democracia, asegura haberse reencontrado recientemente con la nación, cuando ésta ha sido atacada. Y aquí hay otra fractura, la que se manifestó con ocasión de la aprobación de la ley que prohibía el velo islámico en las escuelas de la República.
EL MUNDO. Viernes 27 de enero de 2017