Después, el circo: Sánchez se reúne con el comisario europeo Pierre Moscovici y anuncia que no, que lo que harán es abstenerse (y eso que Moscovici insiste en que «no es una opción»); y luego salta de nuevo Narbona y corrige a su jefe: se decidirá cuando opinen los sindicatos. Y seguirá el culebrón.
Quizá nos hayamos olvidado en exceso del historial de Narbona, una de esas sectarias incontroladas que Zapatero lanzó ante un país estupefacto, la que en dos días se cargó el Plan Hidrológico Nacional y dejó a cambio un reguero ruinoso y apenas operativo de plantas desaladoras. O la que hizo la guerra por su cuenta en el Consejo de Seguridad Nuclear. Pero a Sánchez, ese superficial, incapaz de la visión de un hombre de Estado, le da igual torpedear -inútilmente, además- un tratado esencial en el relanzamiento de la UE. Le importan los gestos, los puños con o sin rosas, y, si es posible, ir más allá que Pablo Iglesias. «Somos la izquierda».
EL MUNDO. Sábado 24 de junio de 2017