«La participación es un deber moral. Es esencial para la propia democracia que los ciudadanos se sientan protagonistas y no víctimas de la política. De lo contrario se avanza hacia un sistema deshumanizado. Sin base ética. Consideramos que la sociedad civil tiene capacidad para organizarse por sí misma y satisfacer sus demandas y necesidades mejor que el propio Estado, que en cualquier caso, no puede abstraerse sino ejercer un papel subsidiario; hacer y llegar donde no pueda hacerlo la sociedad civil, pero procurando que la iniciativa de los ciudadanos tenga cabida y no ahogándola con burocracia».