La crisis paralela de un modelo de continuidad temporal y de un sujeto estructurado no es, sin embargo, resultado directo de la tecnología o del avance científico de esta última década, sino de una vocación ideológica anterior. Como bien recuerda Pomerantsev, esta equiparación entre la verdad y la falsedad “procede (y se beneficia) de un relativismo y de un tardío postmodernismo de lo más invasivo, que, en los últimos treinta años, ha saltado del mundo académico al de los medios de comunicación y a todos los demás ámbitos. Esta escuela de pensamiento ha hecho suya la máxima de Nietzsche según la cual no hay hechos sino sólo interpretaciones: cada versión de los hechos no sería más que un relato en el que las mentiras pueden quedar justificadas como ‘un punto de vista alternativo’ o ‘una opinión’ ya que ‘todo es relativo’ y ‘cada uno tiene su propia verdad’ (y en Internet realmente eso es así)”.
EL PAÍS. Viernes 14 de octubre de 2016.