Un hombre y una mujer fornicando. Otro hombre, amigo del primero, graba el acto con su móvil y participa después en el mismo. Mientras ellos se van jaleando entre sí en lo que parece más un esfuerzo deportivo que sexual, ella profiere unas palabras (un adverbio y un imperativo) que deberían obstruir toda posible discusión acerca de la naturaleza violenta de esas imágenes: «No» y «para». Cuatro años después, y tras numerosas y espectaculares idas y venidas de los juzgados, tras infinitas portadas, campañas, entrevistas y reportajes en los medios de comunicación alemanes y extranjeros, disponemos ya de un veredicto final, emitido el pasado 22 de agosto por el juzgado de primera instancia del Tiergarten berlinés: ella, Gina-Lisa Lohfink, fue condenada a 20.000 euros de multa por falsa acusación. En consecuencia, Sebastian C. y Pardis F., los dos hombres que grabaron el vídeo y que lo difundieron por la red sin autorización alguna y por lo que ya fueron multados, quedan absueltos del delito de violación. Y bien, ¿qué ha ocurrido aquí? ¿Acaso no tiene valor en Alemania el «no es siempre no» de una mujer indefensa ante el evidente abuso de poder masculino? En nuestra época fílmica por excelencia, donde la imagen ha suplantado poderosamente a la palabra, ¿hay algo más innegable y manifiesto que un vídeo para probar la realidad de una violación?
Cabe recordar que dicho juicio ha sido politizado desde sus inicios por todos aquellos que piensan que «siempre hay que creer a las víctimas de violaciones», como afirmaba la célebre columnista delWashington Post Zerlina Maxwell. Para este grupo de gente, entre los que se encuentra la actual ministra alemana de Familia, Manuela Schwesig (SPD), Gina-Lisa Lohfink es una heroína que personifica con orgullo los valores de la autodeterminación sexual femenina. Su lucha en los juzgados se ha escenificado como un nuevo y épico episodio en el proceso de emancipación de la mujer, ante el cual solo cabe sumisión u oposición absoluta. O estás con ellas o estás en contra. Poner en duda su versión de los hechos, a pesar de estar repleta de contradicciones y desdichos, equivaldría a ponerse del lado del violador.
Otros, sin embargo, se congratulaban de que no hubiese ganado una «justicia de los afectos», más propia de una sociedad histérica y prejuiciosa que de una democracia que tiene en la búsqueda de la verdad su único e inalterable principio regulativo. Y precisamente eso es lo que la sentencia ha dejado claro. A veces, el «no es siempre no» no basta para extirpar toda la verdad de un caso. A veces, la complejidad de la vida no cabe en un eslogan, por muy definitivo que éste sea. Hace falta conocer bien el contexto en todas sus dimensiones, ya que la tarea de la justicia no puede ser jamás la de amortiguar los miedos de una sociedad, sino la de descubrir si estos miedos tienen efectivamente su razón de ser, es decir, su legitimidad. En el caso Lohfink, el contexto lo configuran el mencionado vídeo así como los acontecimientos que tuvieron lugar los días antes y después de la grabación del mismo.
Lohfink trivializó la violación misma y con ello el crimen en una sociedad alemana más dividida que nunca, que ya no sabe a quién creer. Una causa que consigue parecer de lo más justa y noble puede transformarse en un repugnante veneno si no viene bien armada de veracidad. Pues una falsa acusación no sólo perjudica a los hombres erróneamente criminalizados, sino también a todas aquellas mujeres que sí han sufrido violaciones y deben luchar a la vez contra la incredulidad de las autoridades y de algunos de sus más necios y nefastos representantes.
EL MUNDO. Miércoles 7 de septiembre de 2016