“Contrariamente a lo que mucha gente cree, por el mero hecho de haber estado vivo una temporada no hay obligación de morirse después. En realidad, los científicos no están muy seguros de por qué está tan extendido el empeño en fenecer. Según sugieren algunos biólogos, la muerte está inextricablemente ligada al sexo, como en las películas de detectives. Morimos porque somos organismos con reproducción sexual, y esos organismo quizá se lo pasen muy bien un tiempo frecuentando a sus parejas, pero luego, con pocas excepciones, pagan la fiesta con el precio de la muerte. Una vez que han procreado, la selección natural se desentiende de su destino. Aunque se vayan cayendo a trozos, la selección ya no los ves. No puede mejorar su condición. Su misión está cumplida: han dejado por algún lugar los preciados genes que garantizan que el show tendrá continuidad. Las bacterias, en cambio, se reproducen asexualmente, partiéndose en dos cuando les apetece o les conviene, y no se mueren nunca -a no ser que un virus o un bicho malvado, como nosotros, se ponga a la tarea de liquidarlas-. Son, pues, potencialmente inmortales, como las células de un cáncer”.
Diario SUR, 7 de mayo de 2014